Por Eduardo Anguita
Ariel
Dorfman y Armand Mattelart, cuatro décadas atrás, escribieron lo que,
en aquella efervescencia antiimperialista, se lo renombró como un
"manual de descolonización". En efecto, el texto que sacudió las mentes
de militantes y también de los primeros estudiantes de comunicación y
semiología se llamó Para leer al Pato Donald y era una descarnada
disección de cómo Walt Disney construía los personajes de sus
historietas ajustado al discurso ideológico capitalista. Dorfman, por
aquellos años trabajaba en Santiago de Chile, estrechamente vinculado al
gobierno de Salvador Allende. Su padre, Adolfo, era el autor de
Historia de la industria argentina, escrito apenas antes de la llegada
de Juan Perón al poder y convertido en un clásico. Como su padre,
Adolfo, se mudó a Santiago de Chile, Ariel estudió allá. Y el belga
Mattelart también se había instalado en Chile, cuando el aroma de Pablo
Neruda auspiciaba los tiempos de Salvador Allende en el poder.
El
libro es directo, como lo eran los ensayos de aquellos años: Disney
moldea la mente de los niños, quiere preservar el capitalismo. Algún
inadvertido podrá reparar en que eso es apenas el contradiscurso básico y
no un trabajo académico bien ponderado. Pero habría que recordar a otra
dupla, la de Richard Nixon y Henry Kissinger, que pergeñó el sangriento
golpe de Estado a Allende. Tras las masacres del régimen de Augusto
Pinochet, Dorfman se fue a Estados Unidos y produce mucha literatura de
ficción y teatro. Mattelart siguió su tarea en el estudio crítico de la
comunicación y las estrategias de dominación. Su último libro se llama
Un mundo vigilado y fue publicado en 2009. Allí se adentra en el
escenario posterior a la Caída del Muro y explica cómo funciona la cara
oscura, bizarra, del modelo hegemónico. Es decir, no cómo fabrica
ideología a través de las historietas y el cine sino como el ruido de
esas historietas y ese cine ayudan a silenciar el dominio de Estados
Unidos sobre el planeta. Lo hace a través del control del espacio aéreo
mundial mediante los aviones no tripulados –drones–, de las aguas
costeras por vía de las poderosas flotas que navegan los océanos, de las
redes de comunicaciones y transportes por vía satelital y, sobre todo, a
través del espionaje a las conexiones telefónicas y de Internet.
Merced
a la complicidad de los grandes trusts de prensa y televisión, se
silencian los planes de las guerras de baja intensidad y
contrainsurgentes que tienen ahora, al menos en América Latina, a las
fuerzas de seguridad y policiales como principal eje para esta etapa de
golpes suaves y "guerras contra el crimen organizado". Es interesante
detenerse en el estudio que Mattelart hace de programas como Echelon,
que les permite a los agentes de inteligencia introducirse en los
espacios privados de la comunicación. Mediante distintos programas
informáticos, agencias como la CIA pueden seleccionar "objetivos" desde
el momento mismo en que un usuario cualquiera de Internet busca, de modo
sistemático, información sobre Al Qaeda o sobre fabricación de
explosivos. Ese usuario va pasando por varias etapas de filtros
"inteligentes" de software hasta que, si queda seleccionado como
"enemigo potencial", pasa a ser controlado por agentes de carne y hueso.
Parecen
las dos caras de la construcción de autoridad imperial. Por un lado,
personajes de fantasía que enamoran y hacen disimular el dolor del
sometimiento cultural. Por el otro, métodos sutiles o desmesurados para
imponer los intereses de un grupo humano privilegiado para controlar
territorios y naciones. La zanahoria y el garrote. Pero, así como algo
olió mal en Dinamarca cuando murió el rey en el siglo XVII, el olor es
pestilente después de la Masacre de Aurora del pasado 20 de julio.
¿CÓMO
SE LES PASÓ, HOLMES? Tras la matanza del cine en Aurora –Colorado,
Estados Unidos–, las primeras informaciones sobre el asesino serial eran
la foto del autor, James Holmes, con cara de niño suave y un escueto
resumen de su vida que aclaraba que no tenía antecedentes policiales
"salvo una multa por exceso de velocidad". Para quienes no están
habituados a recibir y procesar información de fuentes policiales vale
la aclaración: se trata de una burda manera de decir que era imposible
detectar la peligrosidad de Holmes. Sin embargo, con el correr de las
horas quedó claro que el "suavito" Holmes había realizado compras de
munición de guerra, casco, puñal, chaleco blindado y otra serie de
menesteres bélicos a través de Internet. Algunos de los chiches los
compró a la empresa TacticalGear (equipamiento táctico), cuyo portal,
cuatro días después de la masacre, se presenta así: "Bienvenido a
TacticalGear. Suministramos a agentes de élite el equipamiento táctico
vital para cada misión. Realizamos nuestro comercio desde el principio
con ese propósito. Nos sentimos honrados de apoyar a los valientes
hombres y mujeres que arriesgan sus vidas cada día en el cumplimiento
del deber." Pues bien, parece que no sólo no modificaron una sola coma
sino que las ofertas on line siguen, para que cualquiera pueda "cumplir
con su deber", incluyendo desvaríos criminales a los que son empujados
psicópatas que podrían ser de baja intensidad pero que terminan siendo
asesinos seriales. Es decir, desvaríos criminales dentro de casa y no
sólo desvaríos criminales en desiertos lejanos contra otros pobladores
civiles pero que hablan otros idiomas y comen otras cosas.
Conviene
detenerse en esto de que la seguridad de Estados Unidos no está
preparada para detectar a un Holmes; es decir, a un muchachito tímido,
que deja los estudios para copiar a un personaje de Batman. La cultura
imperial norteamericana construyó demasiados enemigos externos y resulta
prisionera de sus propios relatos. El asesino de Denver no se inspiró
en el peligroso Fidel Castro que come niños ni en los terroristas
musulmanes que destruyen todo, sino que quedó cautivo de la historia
fantástica del enemigo de un tipo de ficción –Bruce Wayne, traducido
como Bruno Díaz– que tuvo que ver cómo un asesino despiadado mataba a
sus propios padres. El autor de esta historia, Bob Kane, hizo sus
primeras historietas a fines de la década del treinta, cuando el público
estadounidense reclamaba más superhéroes al estilo del recientemente
aparecido Superman. La invención de Batman es realmente bizarra: Wayne
sale a combatir el mal sin reparar en las instituciones. Es decir, es un
parapolicial. Eso sí, simpático, millonario, benefactor, ingenioso. La
violencia que atraviesa la vida de Batman está más que justificada por
la crueldad de sus adversarios.
Es
curioso, los autores al estilo de Disney o de Kane escriben para que su
público se identifique con sus personajes, sea la versión pacífica –el
Pato Donald– o la versión de violencia justificada –Batman–, pero nunca
para que un joven norteamericano quiera identificarse con los malos. En
este caso, muy concretamente, con el antagonista de turno de los últimos
veinte años de Batman. Se trata de Bane, uno de los cien villanos más
peligrosos del mundo de la historieta.
Algo
pasó esta vez que el asesino no entró a una escuela, un lugar en el que
las explicaciones fáciles terminan siendo que algún psicópata se sentía
ofendido con las autoridades porque había sido reprobado en un examen, o
que odiaba ser el blanco del desprecio de sus compañeros porque no era
rubio y de ojos celestes. Sin embargo, en Bowling for Columbine, el
genial Michael Moore, hace ya una década, mostró las causas profundas
por las cuales dos pibes de 17 y 18 años habían entrado a mansalva a la
escuela (Columbine) y mataban a 15 personas. Una de las escenas más
vívidas del documental es cuando Moore termina hablando con el
presidente de la Sociedad del Rifle, nada menos que el actor Charlton
Heston, todo un emblema de los tiros de fogueo de Hollywood.
La
semana pasada, el escenario de la masacre no fue la escuela sino el
cine. La realidad supera la ficción, pero sobre todo se inspira en ella.
Ese lugar de la distracción aparente es en realidad un lugar donde
circula muchísimo miedo y muchísima violencia. Hasta el 20 de julio,
violencia simbólica, a partir del 20, violencia asesina.
Sin
el consumo de esas películas, our guys (nuestros muchachos, como llaman
delicadamente los estadounidenses a los soldados profesionales
convertidos en máquinas de matar) no irían a Afganistán o a Irán o
adonde sea. Y hay que buscar en ese contexto y no en las fallas de la
seguridad que nadie hubiera detectado a Holmes.
En
un reciente artículo –"El espejismo de la inmortalidad", revista
Causasur, nº 1– Alcira Argumedo señala que "las experiencias históricas
reafirman que al transitar etapas de profundos cambios de época, cuya
magnitud marca un giro decisivo en la trayectoria de los seres humanos,
demasiadas veces es difícil tomar conciencia de la dimensión de esas
transformaciones. El diario íntimo de Luis XVI sólo tiene una lacónica
apreciación en la página del 14 de julio de 1789: "Nada." Para él, nada
había sucedido ese día. El enemigo estaba en casa. Ese día en la
Bastilla, con el correr de las horas los sans culottes (los "sin
calzones", o sea, la plebe, los cabecitas, los que no pueden pagar las
hipotecas) llegaban al Palacio de Versalles.
Fuente texto: diario Tiempo Argentino
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