Por Jorge Coscia Secretario de Cultura de la
Nación.
La historia
(mujer al fin)
vive sorprendiendo
con sus reiteraciones,
estupores o promesas.
Reiteraciones de dramas renacidos en
comedia
alteraciones de volcán que no se entrega
a la muerte de su
magma.
O la sorpresa de volver a ver
el espectáculo infrecuente
de una
esperanza que inesperada regresa
cuando todo se arrima al extravío.
De
esas caprichosas recurrencias
elijo la última
para recordarte.
Y me
pregunto si es recuerdo la vigencia
de lo que no te llevaste.
El más
pertinaz de tus principios
lo que no dejaste afuera de esa casa
en la que
el rosa
ha sido la menor ambigüedad de su existencia.
No he sido tu
amigo
para llamarte flaco
ni Lupo
o el cariñoso “pingüino”
que
pertenece a todos y por eso
en trato personal no es de
ninguno.
Incluso el Néstor me ha resultado atrevido
al nombrarte las
veces
que me acerqué a tu estampa
de joven indeleble.
Tu quijotesca
estampa
de domador de molinos y canallas
que en ropas de uniforme, de
banqueros o de jueces
se interpusieron en vano con sus aspas
para intentar
revertir tu carga
de viento patagónico.
Pero vos reinventaste la
palabra
diste sentido al sentido de nombrarte
y de
nombrarnos:
Compañeros
Compañeras
recuperando incluso esa
palabra
perdida en los heroicos dolores de parto aquel octubre
y de
heroísmo y de muerte en los setenta.
Y en esa reinvención está el sentido más
amplio
y el más íntimo
de lo que nos dejaste
y nos quitaste en tu
partida.
Nos cambiaste un compañero
el mejor
por los miles que lloraron
tu nombre
y hoy sonríen al nombrarte.
No con bautizos de calles, torneos o
locales
sino con el grito persistente
de quienes se proclaman tus
soldados
con la alegría de serlo
para la paz
que sembraron tus
conflictos.
Tu metralla de verdades relativas
tus broncas con la
injusticia
tu desdén por los soberbios de siempre
que mandaste “ALCArajo”
con esa clase que solo tienen
los que descuidan su saco
para abotonar
la Patria
al ojal de su destino.
No es la primera partida
que ha
llorado tu pueblo
pero la muerte ha sido ausencia tantas veces
que no
puede evitarse la sorpresa
(la más grande de todas de esa mujer que es la
historia)
de encontrarle un sentido.
Estuvo en las calles
aquella
primavera lluviosa
de octubre
en que volviste bajo la lluvia a tu sur
y
a tus vientos.
Estuvo en el amor de los miles
que gritaron tu nombre y el
de ella
consagrando como en aquellos setenta
de una manera valiente y
dolorosa
el amor que los uniera.
Estuvo también en el odio
de los que
alzaron en vano su venenosa copa
para beberla poco menos de un años
después
con el amargo sabor de su derrota.
Y estará por
siempre
entre los que allá donde estás
y todos estaremos
no callaron
ni con bombas
fusilamientos ni derrotas.
Y está
(porque en vos
estuvo)
en la fuerza de ese viento del sur
que cada día te
nombra
refrescando justicias y memoria.
Pero por sobre todo
está de
pie
en quien
depositaste hace tiempo la palabra compañera
y hoy nos
anima
no solo en la victoria
que debe conquistarse cada día
sino
en la persistencia de su lucha
con nombre de mujer
como la
historia.
Jorge Coscia
26 de octubre de 2011
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